sexta-feira, 27 de maio de 2011

Vida Consagrada

Consagración de Cristo

EL CONSAGRADO. "Jesús mismo es Aquél a quien el Padre consagró y envió en el más alto de los modos (Jn. 10,36). En él se resumen todas las consagraciones de la antigua ley, que simbolizan la suya, y en él está consagrado el nuevo Pueblo de Dios" (EE 6). "Jesús vivió su consagración precisamente como Hijo de Dios: dependiendo del Padre, amándole sobre todas las cosas y entregado por entero a su voluntad" (EE 7). En Cristo se cumple con todo rigor el concepto más estrictamente teológico de consagración. Porque Cristo es Dios hecho hombre, es decir, lo sagrado absoluto (Dios), que asume lo secular y profano (la naturaleza humana) para introducirlo dentro de su propio ámbito divino.

Cristo es el Ungido, es decir, el consagrado, el Mesías. Los tres momentos principales de ésta unción sagrada son: la encarnación, el bautismo y la resurrección gloriosa (Hb. 2,5-13). Toda la creación ha quedado renovada y consagrada por el hecho de la Encarnación. Cristo no se encarna para "secularizarse", sino para consagrar toda su realidad humana, asumiéndola, elevándola, trascendiéndola y sacrificándola. Cristo, vive en sí mismo todo un proceso de consagración que dura toda su vida hasta su muerte y resurrección. Cristo es anonadado (Flp. 2,7-8) y este anonadamiento por el que se sacrifica y se consagra, es por su obediencia, pobreza y virginidad.



La consagración religiosa

"La vida religiosa, en cuanto consagración de toda la persona, manifiesta en la iglesia el admirable desposorio fundado por Dios, que es signo del mundo futuro. De este modo, el religioso consuma la plena donación de sí mismo como un sacrificio ofrecido a Dios, por el que toda su existencia se convierte en culto continuo a Dios en amor" (can. 607,1)


El religioso es el que trata de vivir la consagración bautismal en toda su radicalidad, llevando hasta sus últimas consecuencias las exigencias del bautismo y haciendo fructificar todas las virtualidades en él contenidas. El religioso vive en total disponibilidad, de forma permanente, como estado de vida, encarnándola en la vivencia efectiva de la virginidad, obediencia y pobreza: es decir, en la profesión de los consejos evangélicos, que es un compromiso público y definitivo de conformar la propia vida con Cristo virgen, obediente y pobre.

 
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